Sobre la poesía como arma cognoscitiva (a partir de Platón)
La
República, como tratado político, defiende la teoría del filósofo
gobernante, esto es, que una vez el individuo haya llegado a conocer
las ideas podrá, ulteriormente, gobernar, debido a las cualidades y
virtudes que suponen este conocimiento. Sin embargo, las cuestiones
prácticas del gobierno no plantean ningún problema para Platón,
pues es evidente que el filósofo sabrá cómo actuar una vez
alcanzado el gobierno; por tanto, el problema radica en enseñar la
vía para alcanzar las ideas, y es aquí donde se desarrolla su
filosofía. En este sentido, Platón ofrece las matemáticas y la
dialéctica como disciplinas cuya práctica nos conduce a esta forma
de conocimiento única y absoluta. Yo añadiré a estos dos métodos,
—suponiendo que sean jerárquicamente iguales, lo que
constituye el primer error de este escrito— el de la literatura
como disciplina conducente. Con este motivo, expondré por qué las
matemáticas y la dialéctica son, según Platón, formas para
alcanzar el conocimiento, para así poder realizar una analogía con
la poesía, y explicaré sin ambages la naturaleza de las ideas.
Las
matemáticas son, jerárquicamente, la primera forma de acercamiento
a las ideas, ya que representan el nexo entre el mundo sensible, del
que no se puede obtener conocimiento por ser perecedero, con el
inteligible, única forma de conocimiento y lugar en el que se
encuentran las ideas, las cuales son inmutables y únicas. Esta doble
relación de las matemáticas con el mundo sensible y el inteligible
se puede entender porque el objeto matemático, imagínese un
círculo, es perfecto, pero esta idea es evocada por la visión de
figuras análogas en la naturaleza, como los ojos o la luna, pero no
se manifiesta en ellos con la misma perfección que se produce en
nuestra mente. Así, nos permite obtener un conocimiento verdadero de
nuestra visión sensible, además de ejercitar nuestra capacidad de
abstracción, cualidad que se considera imprescindible para el
conocimiento de las ideas. Después del conocimiento de las
matemáticas, el siguiente y último paso para alcanzar las ideas
radica en la práctica de la dialéctica, esto es, la confrontación
pacíficamente argumentada de conocimientos entre varias personas.
Solo así, como síntesis de este ejercicio, se alcanzarán las
ideas. Esta segunda disciplina conducente debe ser desestimada, al
menos de esta forma, así como la creencia de que las ideas pueden
ser conocidas en su totalidad, ya que el conocimiento que de ellas
obtendremos será humano, contaminado por la naturaleza, si no de
nuestro cuerpo, de nuestra alma. Por tanto, sólo las ideas, si es
que pueden conocer, serían capaces de alcanzar este grado de
sabiduría mediante la consciencia de ellas mismas. A continuación,
defenderé la poesía como método de aproximación a las ideas, las
cuales solo pueden ser intuidas, apartando la dialéctica, al menos
de la forma en que la concibe Platón.
La
poesía y la literatura son, al igual que tantas otras, formas de
manifestación artística; sin embargo, su análisis me es más
favorable para hacer esta comparación, pues es, entre todos los
artes, el más propenso a mostrar ideas abstractas, de manera que su
exposición sea comprensible para el lector, si no de forma
inteligible, cerebral, en forma de experiencia estética que nos
permita intuir esa idea que pretende transmitirse. En relación a los
atributos que Platón atribuye a las matemáticas, la literatura es
idéntica. Sirve como ejercicio de abstracción y como nexo entre los
objetos sensibles y los inteligibles, pues a partir del lenguaje,
reflejo siempre infiel a nuestros sentidos—lo que es bueno para
esta tesis— se evocan ideas inteligibles que presenciamos en
nuestra imaginación, ¿o cómo transmitían los maestros los
conceptos matemáticos a sus alumnos si no con el lenguaje? Y qué
suerte si el maestro explicaba bien y con claridad en la palabra,
pues el alumno a veces podía llegar a creer sabido algo mientras que
su idea era completamente errónea por culpa de un malentendido entre
él y el profesor. ¿Cómo se podría asegurar uno de que la idea ha
sido aprehendida por el alumno—no en su totalidad, pues como ya he
dicho antes esto es imposible, ya que la calidad individual de cada
uno contamina su conocimiento— de forma muy aproximada si no con un
lenguaje claro y preciso? Y cuando esto no basta, pues la idea, la
visión, siempre inteligible, que pretende transmitirse es demasiado
abstracta para ceñirse al limitado lenguaje, es necesario alguien
que consiga mediante el uso de palabras imprecisas, también
contaminadas por la interpretación de cada uno, una aproximación
suficiente para que la idea sea conocida; y aquí es donde entra el
poeta, el escritor que mediante metáforas, imágenes, juegos del
lenguaje, o largos textos tejidos con trabajada precisión consigue
que estas figuras sensibles, perecederas y vulgares para Platón, que
son las palabras, transciendan más allá de sus habituales
connotaciones, acercándose a las ideas de forma paciente y meditada,
o abriéndose paso mediante pasión y vigor narrativo; destacando,
con naturalidad inconsciente, los pequeños hechos con tanto relieve
como los grandes y ostentosos, y sacando a la luz del otro lado de
los objetos descritos, esas cualidades que no todos los hombres
pueden ver, las bellas, las comunes y universales; y las que, entre
muchas otras cosas, se acogen al amplio abrazo de una de las ideas
supremas para Platón: la idea de la belleza, la cual también supone
conocimiento, ya que, según Platón y su intelectualismo moral, el
conocimiento absoluto es el conocimiento del bien, y todo lo bueno es
bello.
Así
define Lorca su condición en un poema de su libro Poeta en Nueva
York llamado Doble poema del Lago Edén:
Yo
no soy un poeta, ni un hombre, ni una hoja,
Sólo
un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.
Ahí,
en ese otro lado, radica el conocimiento inteligible—del griego
inter liger: entre líneas—. Por otro lado, si entendemos la
dialéctica como forma de despersonalización de las ideas, al
enfrentar éstas al mayor número de personas, se manifestaría esta
de forma pasiva en la consciencia del escritor de alejarse de sus
textos, dándoles un carácter universal, quizá no a sus personajes,
a sus escenarios y circunstancias, que son concretos, pero sí al
arte que trasciende, el cual será único pero inevitablemente
dependiente de cada lector, aunque habrá una parte, la más pura,
sólo intuitiva; y justo en ese vacío, en ese miedo desconocido que
se siente como un abismo en nuestro cuerpo, radica su verdadero
valor.
Alejo Juan Montesinos 2º Bachillerato
Alejo Juan Montesinos 2º Bachillerato
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