Tres mitos clásicos creados por nuestro alumnos de 1º de ESO
Loles García nos pasa estas tres redacciones, auténticas creaciones de sus alumnos de 1º ESO que, tras leer un libro sobre mitos clásicos, debían acometer la difícil tarea de crear sus propios mitos.
ÁGLAE Y ADARA.
Damon era un
zapatero que vivía en la isla de Kyro. Era el zapatero preferido de
los dioses del Olimpo. Ya casado cuarenta años, no había podido
tener descendencia, siendo su mayor deseo tener una hija. Un día
recibió un encargo de la diosa del ballet, Áglae. Áglae le
encargó a Damon unas zapatillas muy cómodas, flexibles y bonitas,
que le permitieran bailar sin cansarse. Damon se puso a trabajar en
ello y el resultado fue tan bueno que Áglae quiso recompensarle.
Así pues, a pesar de sus sesenta años, transcurridos nueve meses,
la mujer de Damon, Ianthe, dio a luz a Adara, una preciosa niña que
trajo la alegría al hogar. Cuando Adara dio sus primeros pasos llamó
la atención de todo el mundo porque no andaba sino que bailaba. La
diosa Áglae veía a Adara desde el Olimpo con gran satisfacción.
Pasaron los años y Adara solo pensaba en bailar, quería hacer algo
nuevo y único en la danza y fue a su padre y le explicó que quería
que creara unas zapatillas de ballet con las que pudiera subirse a
las puntas de los dedos y aguantar y bailar sobre ellas. Damon empezó
a trabajar en lo que le había pedido su hija. Tras varios intentos
lo consiguió, las llamó puntas. Su hija se puso muy
contenta y las puntas se hicieron pronto muy famosas entre las
bailarinas. La diosa Áglae se sentía feliz por Adara, pero a la vez
no podía evitar sentir celos porque no era a ella a quien se le
había ocurrido la idea de las puntas. Por ello decidió que las
puntas harían mucho daño a las bailarinas que las probaron por
primera vez.
María Ros Faustino,
1º ESO A
Quiso el destino que
el dios Atlas se enamorase perdidamente de Aqua, la hija menor del
dios Neptuno.
Fruto de dicho amor
nacieron dos hijos, Carpe y Diem.
Carpe el mayor, era
un niño soñador, alegre y divertido, pero un poco travieso;
mientras que Diem el hermano menor era un niño más tranquilo y
responsable.
De pequeños se
parecían, y se llevaban muy bien. Pero conforme fue pasando el
tiempo, se fueron separando y cada uno eligió su camino. Carpe
siempre se decantaba por ir de fiesta con sus amigos, y se le
olvidaba hacer los deberes Sin embargo Diem siempre estaba estudiando
o leyendo.
Un día,
desgraciadamente sus padres murieron y ellos heredaron la tierra.
Mientras Carpe
seguía de fiesta por todos los continentes, Diem se dedicaba a
conocer a sus gentes, sus idiomas, sus costumbres y culturas.
Una noche cualquiera
que Carpe estaba de fiesta y borracho se apostó su mitad de la
Tierra con un humano, pero la perdió.
Como ya no tenía
con qué pagar las fiestas, poco a poco sus amigos fueron dejándolo
de lado. Hasta que un día se encontró durmiendo en la calle como un
mendigo.
Una noche que Carpe
estaba pidiendo limosna en la puerta de una iglesia, su hermano Diem,
al pasar por su lado sin reconocerlo, le tiró unas monedas.
En ese momento Carpe
empezó a llorar desconsoladamente y Diem al reconocerlo le pidió
que se levantase y que se fuese con él a su casa; pero con una
condición: A partir de ese día siempre estarían juntos y su lema
sería “Carpe Diem”, pero sin olvidar sus obligaciones.
Elena Valbuena
Miralles, 1º ESO A
CREAR UN MITO NUEVO
CREAR UN MITO NUEVO
Hace mucho tiempo, nació una hermosísima muchacha humana a la que
llamaron Actea.
Actea destacaba por su belleza y su brillante piel y poseía una
bondad admirable.
Antes de que la muchacha naciera, sus padres rogaron a Zeus para que concediera dones a su hija, para que ese hermosos bebé llevara la
felicidad al hogar, ya que pasaban por momentos difíciles. Zeus hizo
prometer a los padres de Actea que ella no se miraría nunca a ningún
espejo, pues era tan fuerte la belleza que poseía, que con sólo una
mirada de su reflejo, se volvería vanidosa y llevaría la desgracia
a su hogar.
Cuando Actea iba a cumplir su mayoría de edad, deseó poder tocar
las estrellas y poder verlas desde más cerca. Sus padres, como
detalle, le regalaron una cajita de madera con piedrecitas de
colores, pero éstos no se dieron cuenta que dentro había un espejo
muy pequeño. Actea, decidió abrir la cajita ya por la noche y,
cuando la abrió, sólo pasó un segundo cuando deseó encontrarse
brillando entre las estrellas y que ella brillara más que las otras
estrellas, por la vanidad que le había causado ver su reflejo. Dejó
su forma humana y se la llevó al firmamento.
Es así que ahora, cuando vemos la estrella polar, en realidad vemos
la piel reluciendo de Actea, que abandonó su hogar y a sus padres,
para relucir entre las estrellas.
María Kennedy Ginestar, 1º ESO A
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