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El fútbol no es cuestión de vida o muerte


No recuerdo ningún día en mi vida como el 11 de julio de 2010. Aquel día se celebró la final del Mundial de fútbol, una final que ganó España a Holanda por un gol a cero. Esa noche, a partir de las 20:30, España era un desierto. La gente estaba en el bar o en casa viendo a la selección hacer historia y jugar su primera final mundialista. Hasta aquí la parte buena del fútbol, la felicidad y la socialización que genera.


Pero el deporte rey va mucho más allá por desgracia. Existen los aficionados y los fanáticos, estos últimos son el gran problema del fútbol moderno. Estos ultras llenan las gradas de odio, un odio comúnmente manchado de racismo, machismo y, por qué no decirlo, fascismo. Llevan el fútbol muy lejos de los terrenos de juego. Para esto solo hay que ver las auténticas batallas campales que hay antes de algunos partidos. O cómo acaban algunos partidos italianos gracias a los tiffosi. Ejemplos hay en todos los países. Y es que desde los hooligans ingleses de la década de los 70, el odio se ha ido extendiendo por Europa como una terrible enfermedad infecciosa. El fútbol es la excusa para llevar los enfrentamientos políticos al fanatismo extremo y sin más objetivo que provocar el mayor daño posible. La gente mata por su equipo y los ideales de su afición.


Ejemplos hay muchos, pero la pregunta aquí no es qué pasa, sino por qué pasa. Por qué la gente mata por el fútbol. Los grupos ultras han ganado mucha fama en los últimos años, y esa fama hay que defenderla. Sentirse parte de un grupo genera tranquilidad en las personas, y si el grupo es poderoso, las personas que lo forman también lo son. Es como la guerra de bandas, va más allá del simple fútbol, es política, es poder. En España tenemos  grandes ejemplos de grupos radicales, de fanáticos comúnmente ligados a una determinada ideología. Tanto es así que en Valencia estan los Yomus, en Madrid el Frente Atlético y los Ultra Sur y en Barcelona los Boixos Nois. Muchos han sido expulsados de sus estadios, pero aún así siguen teniendo una gran influencia. Provocan batallas campales con otros grupos radicales y se les permite todo. Es por eso que no es difícil ver la bandera con el águila en los estadios de media España.


Este es el cáncer del fútbol. Es la enfermedad que se lo va comiendo poco a poco y, además, lo utiliza como máscara para ocultar su propia identidad. Porque es mucho más fácil admitir que los ultras tienen carta blanca que decir que un grupo de fascistas tiene completa libertad para ejercer la violencia, aunque sean lo mismo. 

Joan Dolz Mensua
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