Vendedor de sueños
No
os pido que creáis. No os pido que leáis esta historia hasta el
final y entiendo que algunos se muestren escépticos a lo que estoy a
punto de contar. No os culpo.
Esta
es la historia de un tiempo y lugar inconcretos que tal vez me
sucedió a mí o tal vez a alguien más pero que en cualquier caso
narraré como si fuese mía.
En
esta fecha desconocida y este lugar misterioso vagaba yo por el
mundo. En este mundo había una puerta verde esmeralda, no solo por
su color sino por su brillo. Decidí abrirla y ver qué había al
otro lado para solo encontrar un espacio vacío. Me di cuenta de mi
mala educación justo a tiempo para volver a cerrarla y darle unos
leves golpes, anunciando que quería atravesar el umbral.
En
respuesta a los buenos modales la puerta se abrió por sí misma y
por fin pude entrar al mercado. Porque, ¿qué sino se iba a ocultar
al otro lado?
En
el mercado se venden comida, y tapices, y alfombras, y animales, y
pipas y medicinas.. Como buen extranjero me dediqué a recorrer los
tortuosos pasajes entre cada local, dejándome estafar descaradamente
por varios comerciantes y asombrándome por todo a mi alrededor.
Finalmente
alcancé el que supuse sería mi destino, como tiene que ser, llamaba
la atención por encima de todas las tiendas. Más bien, parecía que
el resto de establecimientos se hubiesen formado a su alrededor hasta
dejar únicamente el portal sin puertas.
Como
buen personaje principal de peligrosa curiosidad me aventuré a
entrar.
Primero
olía a fruta, luego a incienso, más tarde a té marroquí y
finalmente a sueños. Si no sabes a lo que huele un sueño me temo
que el problema es tuyo, no mío.
Había
alguien dentro, quizá hombre, quizá animal, quizá bestia
mitológica con cuernos y alas. De todas formas esta no es la
historia de dicho individuo así que su aspecto es irrelevante.
La
conversación inició como de costumbre. Un saludo cordial, una
generosa invitación a tomar té y un par de sutiles bromas sobre la
situación.
-¿En
qué puedo ayudarle? -inquirió él finalmente. O ello.
-Usted
sabrá, ¿en qué cree que puede ayudarme?
-Me
temo que preciso saber de sus necesidades para ofrecer soluciones.
Sorprendido
lo miré fijamente a los ojos. Estábamos sentados y una mesa
circular nos separaba. El olor a sueños se intensificó.
-¿Cómo
piensa que voy a saber de lo que preciso si no veo lo que tengo?
-proseguí con indignación.
-Ese
es un problema universal que no atrevo a responder.
-¿Entonces
qué hace usted aquí?
-Soy
un humilde vendedor.
Un
simple y leve gesto de cabeza como presentación y poco a poco me
sentí más y más embriagado por el aroma.
-¿Y
qué vende? -seguí insistiendo con curiosidad.
-Sueños
y deseos, ¿qué sino?
-¿Y
cómo si se me permite saber?
-Pues
simplemente intercambiándolos por un precio justo.
-¿El
cual es...?
Silencio.
La sombra de una sonrisa. Un largo suspiro.
-¿Qué
le parece si llegamos a esa parte una vez me diga qué es lo que
desea?
-Pero
ya le he explicado que no sé lo que quiero.
-Con
el debido respeto, sí lo sabe pero no logra identificar cual es su
sueño más importante.
-¿Cómo
sabe que son varios?
-¿No
dijo que no tenía ningún deseo?
Otra
pequeña victoria por su parte y yo aún sin querer resignarme lo
dejé hablar.
-Lo
he sabido desde el mismo momento que ha afirmado "no tener
deseos".
-¿Y
cómo es eso?
-A
nadie le gusta decir lo que le falta.
Me
detuve sin saber bien qué responder a eso. El sujeto leyó mi duda
con satisfacción y el tiempo pasó por lo que parecieron eones.
-Si
le ayuda a decidirse, existen deseos más grandes que otros. Un gran
sueño conlleva un gran precio a pagar y una gran responsabilidad al
tenerlo. De modo que, ¿qué le parece empezar con algo pequeño?
Dígame su deseo más inmediato.
-Sinceramente
me gustaría no haber tenido jamás esta inútil conversación!
-Como
usted desee.
De
nuevo me vi frente a la puerta esmeralda pero esta vez no intenté
atravesar el umbral. Tenía un recuerdo, un recuerdo del futuro que
me decía que no iba a ser buena idea.
Aún
no conozco el precio que pagué por ese deseo, tal vez todavía no me
lo han cobrado y es que algunas cosas solo vuelven a nosotros con los
años.
De
una cosa estaba seguro. Nunca volvería a vivir algo semejante.
Helena Bailach, 1º Bchto B
Helena Bailach, 1º Bchto B
Post a Comment