Querida Marlene
Querida Marlene.
Son tantos los
recuerdos que hoy vienen a mi memoria. Es de lo único que vivo desde
hace años. De eso y de lo mucho que te he amado y odiado. Porque
después de que mi corazón se rompiera tantas veces por tus espinas
supe que era capaz de destruirme si con ello te arrastraba a ti
también.
Como cuando leí
en el periódico ese titular como si fuera una sentencia: “Garbo,
Dietrich no la conoce”. Me sentí tan dolida; sé que te
disculpaste por ello, “Apenas la conozco” fue lo que dijiste
realmente; también sé que odias que tergiversen tus palabras, pero
ya estaba cansada de ese juego infantil, ser rivales para ganar más
taquilla, y me derrumbé. Tú aún lo podías soportar, a ti siempre
te encantó el engaño, a mí la ambigüedad y a las dos el misterio.
No podíamos atraernos más, querida, y eso los productores lo
sabían. Nos descubrieron, nos desplumaron y adelgazaron, nos
pusieron perlas y focos, y finalmente nos propusieron la táctica
comercial: “Seréis rivales a partir de ahora, no os podréis ver
ni en fiestas. Cuando una saque una película la otra irá después y
así el espectador jamás se cansará”.
Éramos jóvenes
e inexpertas, me miraste con esos ojos seguros y me lanzaste una
sonrisa pícara, dijiste que sí y yo después. El pacto con el
diablo ya estaba grabado en la piel y lo supe en ese momento.
Nunca me había
sentido tan sola como cuando viajé a mi tierra para alejarme del
griterío de Hollywood durante la guerra. Suecia tampoco es que
estuviera mejor, pero lo único que me ayudó a seguir hacia delante
fue verte a ti, a mi Marlene, en primera fila americana, apoyando a
las tropas. Creo que fue lo más valiente que has hecho nunca, era
bueno que el mundo viera que no todos los alemanes estaban con
Hitler. Y de repente estabas ahí, delante del general con esa
firmeza que tu padre te había inculcado desde pequeña, no podías
negar tu educación militar, querida.
Ese caminar y tu
actitud diplomática destacaban por encima del resto; fue lo primero
que me enamoró de ti. Creo que nunca te dije lo bien que te sentaba
ese traje hecho a medida para ti y solo para ti.
Cuánto te admiré
en ese momento.
Y ahora estoy
aquí, escribiéndote con mi corazón abierto en canal. Porque te amé
y te odié tanto como mi corazón dio de sí. Pero me muero, querida,
y eso es algo que ni la gran Dietrich ni Hollywood pueden arreglar.
Mis días se acaban y el calendario pierde hojas. Poco me queda más
que los recuerdos junto a ti. Pronto te llamarán diciendo “La
Garbo ha muerto, felicidades”. Tú te girarás, sacarás esa
sonrisa pícara que el espectador tanto ha amado y te volverás. Pero
a la mañana siguiente te despertarás llorando por quien ha sido tu
amante, tu amiga y tu enemiga, pero sobretodo, porque recordarás esa
época dorada en la que tú fuiste mi ángel y yo tu divina. En la
que te hice saber que nunca volverías a vivir algo igual.
Greta
Garbo
Nueva
York, 1990
Silvia
Mares García 1 Batx A
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