1º premio Concurso Literario 2015 Categoría A: Música en la noche
Música
en la noche
El
valle de los manzanos era un valle muy tranquilo. Lleno de árboles
de diferentes tipos. En “El Valle de los Manzanos” lo único que
ese oía era el silbido del viento entre las hojas. Era un valle muy
pequeño y no había persona alguna que habitara allí,solo árboles;
únicamente eso y pequeños insectos, hierbajos que obstaculizaban el
paso de las hormigas hacia la tierra, diminutas flores silvestres
crecidas allí por equivocación... Allí, separado de los demás
seres vivos, crecía un árbol.
Un
pequeño manzano que contaba solo con unos pocos años de vida. No
había nada a su alrededor. Todos los demás árboles crecían lejos
de él y por esta razón se sentía muy solo. Le parecía oír como
sus compañeros, los otros manzanos, se susurraban secretos con su
amigo el viento. Se sentía abandonado, no tenia a nadie con quien
hablar, ni siquiera los pequeños insectos se subían a ella.
Era
como si hubiese un muro a su alrededor, un muro que impedía que
cualquier ser vivo se acercara a él.
Cada
año el manzano se esforzaba lo más posible por producir sus flores.
Cuando llegaba el momento, notaba unos pequeños frutos en sus ramás.
Se sentía solo también porque nadie los recogía, nadie apreciaba
su esfuerzo. Los frutos de los otros árboles venían devorados por
las hormigas y los gusanos que había en esa zona. Ellos aprovechaban
el esfuerzo de los manzanos y sabían cuanto ellos se hubiesen
esforzado para conseguirlo. En cambio, como alrededor del manzano no
había ningún ser vivo, sus manzanas se podrían en el suelo. La
razón por la cual no había seres vivos en la zona donde crecía el
manzano, era el estado de la tierra. No era una tierra fértil, en
esa zona el sol siempre iluminaba más. Estaba muy seca, el manzano
había crecido allí por error. Los otros árboles crecían en una
parte del valle donde había un río. Por esa razón todos los seres
se situaban en ese lado para vivir.
El
manzano, solo, siempre soñaba con poder conocer otros seres, pero su
deseo nunca se hacía realidad. Así transcurrían los años. El
manzano cumplía su ciclo de vida. En invierno sus hojas caían y se
sentía más solo que nunca. Con las hojas, por lo menos se sentía
en cobijo, en cada invierno se sentía más solo, indefenso y mudo
que nunca. Todo eso se sostuvo durante unos años más hasta que el
manzano perdió toda esperanza. Esa primavera se abandonó a sí
mismo. Empezó así el periodo en el que el árbol se encontraba en
un estado crítico. No sentía nada, era como si su cuerpo se hubiese
disuelto. Se sentía libre...
No
aguanto así mucho tiempo. Ese verano, el manzano sin flores ni
frutos estaba por caer, pero no le importaba ¡Cuánto hubiese dado
por ser otra cosa!
Aunque
fuera una humilde e indefensa hormiga, un saltarín y feo grillo, una
pequeña mariquita...
Soñaba
morir y volver a nacer bajo la forma de otro ser. Su alma siempre
permanecería viva.
Como
contaba, ese verano el manzano no había producido ningún fruto por
la ausencia de flores en sus ramas. Lo único que quería era
abandonar ese cuerpo, ese valle... Para volver a nacer bajo la forma
de otra cosa en otro lugar.
Esa
noche el manzano supo que era su última noche. Cuando estaba a punto
de dejarlo todo oyó un ruido. Un canto. Era un canto agudo
acompañado por el ruido del viento. En ese instante, reconocí a los
grillos. Fue como una canción. De noche, se oía el río y por
encima de todo el canto de esos grillos el viento movía el sonido
para que alcanzara cualquier rincón de ese valle. El manzano se
detuvo y pensó mientras oía ese canto. Como árbol, podía escuchar
el canto de los grillos, el silbido del viento y del agua. Como árbol
podía dejar que el viento moviera sus hojas y el sol calentara sus
ramas, no estaba solo. El sol estaba en todas partes, al igual que el
viento, los rayos y los truenos.
Supo
que en cada día hay sonidos que escuchar y que vivir y que realmente
no estaba abandonado.
Esa
música nocturna produjo un efecto sobre el árbol. Sintió que ese
vacío que sentía en su interior se esfumaba. Después de tantos
años entendía lo que tenía que hacer. Pensó que era muy tarde. No
había casi alimento en sus hojas y no tenía fuerzas, pero aún así
lo intentó. Sus raíces, débiles, intentaron coger agua y sales de
la tierra. Cada parte de su ser intentó realizar su deber. Cuando
creyó que lo había conseguido, el manzano perdió las esperanzas.
Volvió a abandonar. Lo había intentado, pero no tenía fuerzas.
Sintió como su cuerpo se iba enfriando y sus hojas se iban cerrando
hacia el suelo. Cuando creyó que lo había conseguido el manzano
perdió las esperanzas. Volvió a abandonarse. Lo había intentado,
pero no tenía fuerza. Sintió cómo su cuerpo se iba enfriando y sus
hojas se iban curvando hacia el suelo, cuando ocurrió. Esa noche,
ese canto... sintió que la vida se apoderaba de su cuerpo. Un
latido. Un instante. Lo había logrado. El manzano vivía.
Pasaron
días y el árbol se iba recuperando. Contento de vivir. Contento de
ser un manzano. Cada noche, escuchaba esa música y recordaba cómo
le había salvado la vida.
***
Tres
años después, “El Valle de los Manzanos” cambió. Un pueblo
cercano comenzó a trasladarme allí. Un niño se acercó a los
manzanos y vio un pequeño árbol separado de los demás. Se acercó
a él y observó que estaba lleno de sabrosas manzanas. El niño
cogió una y la mordió. El manzano sintió que dentro de él se
encendía una llama, era la esperanza. La felicidad.
Vivió
durante muchos años más y sus manzanas sirvieron al pueblo como
alimento. Cada noche los grillos se acercaban al río y el viento
soplaba. El manzano escuchaba su canción. Los últimos años de vida
del árbol fueron los más felices. Había aprendido a disfrutar, a
no perder la esperanza.
El
día en que murió era un día frío de invierno. No todo fue oscuro.
Negro. Silencio y nada más.
Cayó
años después cerca del río. Había muerto feliz, recordando la
música nocturna y el mordisco del niño en su manzana.
***
Meses
después, donde el árbol había caído, comenzó a crecer una
planta. Un árbol.
Un
manzano contento de ser lo que era.
Maite Mellino, 1º ESO A
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