Otra de 'flâneurs'
Ando buscando el mundo pintoresco del que oí hablar entre edificios de hormigón. No es que lo busque siempre, sólo ahora. Es complicado. Primero requiere andar —vestirse antes—, y después buscar —cosa pintoresca—. Y no es que no me guste andar —practico nudismo—; lo que me inquieta es tener que encontrar lo pintoresco donde no hay, o quizá sí, pero no me atrae —véase "pintoresco": palabra fea, acorde con su referente, etc.— Pero no sólo busco eso.
Anoche redacté una lista con las obligaciones y paradojas que deberían mantener a un flâneur ocupado durante sus paseos.
Primer guión: ve el mundo pintoresco —qué mierda—, rodeado de naturalezas inferiores y mentes mezquinas. Mi paseo se complica aún más.
Estoy sentado en un boulevard mientras la masa burguesa me difumina. Mi disfraz cumple su papel, me siento integrado. Los observo apoyado sobre mis rodillas. Un balanceo de bolsas comerciales y abrigos negros me confunde. Veo naturalezas mezquinas de baja estatura prensando pies en zapatos de tacón, mentes inferiores me observan desde arriba. La ciudad es un escenario cambiante que acoge formas migratorias, cada grupo social se desmonta ante mi mirada furtiva y aún me veo en todos ellos. Los veo pasar, pero no tocan el suelo. Es la ciudad, los mantiene alejados. Carteles fluorescentes de tiendas pintorescas flotan sucumbiendo a la ciudad. Ella mantiene al margen la batalla caligráfica, nadie toca el suelo virgen ni ninguna de sus paredes. Le devuelvo la sonrisa a una chica, pero sigo sobre mis rodillas. Estoy dentro y fuera, me río de todos ellos. Soy voyeur de cínicos, de falsos y de perdidos. Voyeur urbano, desnudo a los flâneurs, y a cada uno de sus especímenes de cartón piedra. Desnudo a Bodelaire y desnudo a Góngora. No hice pacto alguno, Fausto, y ahora la gente se condena con cada paso en falso que dan ante mí. Soy el punto de vista, una perspectiva en el horizonte. Mis pies se elevan y mis manos tiemblan. ¿Qué me habéis hecho flâneurs? ¿Dónde estáis?
Asomáis entre palabras sencillas y respuestas monosílabas; y, solemnemente, me colocáis con el resto. No sé quién soy. La ciudad me expulsa de su seno y floto sin sentido. Algo me sitúa y me hace volver en mí: un rincón de arena, mi reflejo en el cristal del autobús…
Alejo Juan Montesinos
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