Una personal versión del mito de Dédalo
En clase de Literatura Universal hemos estado haciendo exposiciones sobre mitos greco-latinos y bíblicos. Nos sorprendió especialmente la personal versión del mito de Dédalo que nos ofreció Nahuel Pinto, un excelente ejercicio de creación literaria.
Dédalo:
artesano de la desdicha
Dédalo
batía el martillo contra la madera cual alas de pájaro, en un acto
rutinario y hasta melancólico, mientras imaginaba el oscuro
propósito que tendría el fruto de sus manos bendecidas por los
dioses. Lo cierto era que la esposa del rey Minos, Pasifae, parecía
especialmente ansiosa por este artefacto, mucho más que por alguna
de las otras maravillas con las que la había complacido; entre este
y otros vagos pensamientos, Dédalo vio concluida su tarea: una vaca
artificial hecha de madera y cuero. Las últimas instrucciones de
Pasifae indicaban que había de ir una pradera en las cercanías de
Gortina, donde debía anclar adecuadamente la vaca al suelo y esperar
la llegada de la monarca; finalmente llegó Pasifae, quien dio
órdenes a Dédalo de abandonar el lugar y continuar con sus tareas;
mas Dédalo desobedeció y aguardó tras unos arbustos el futuro
desenlace, ¿qué haría Pasifae con una vaca de madera?
Evidentemente, las instrucciones de hacer la vaca hueca atendían a
la necesidad de la soberana de introducirse en ella. Tras unos
minutos, por la misma pradera se aproximó un toro, de increíble
belleza y majestuosidad, además de notablemente interesado por el
falso bovino; tras un lento primer acercamiento, aconteció una
especie de acometida que, lejos de provocar un grito de terror en la
esposa de Minos, enmudeció el ambiente e hizo sentir al artesano
Dédalo muy sucio, y responsable de tal atrocidad.
Años
más tarde, cuando la mente de Dédalo por fin consiguió recuperar
la calma, tuvo que volver a lidiar con el monarca de Creta: al
parecer, Minos, hijo de Zeus y la ninfa Europa, era incapaz de
controlar al fruto del vientre de su esposa; el minotauro, nombrado
Asterión, era una criatura salvaje y antropófaga cuyos arrebatos de
ira solían acabar con varios hombres muertos. Minos llamó a Dédalo
con el objetivo de que este construyera una fortaleza suficientemente
grande como para encerrar a Asterión; el artesano estaba seguro de
que no podía negarse, mas también sabía que si encerraba a su
"primogénito" en un laberinto, la culpa lo atormentaría
hasta el último día de su vida.
Al
igual que al rey Minos le gustaba mantener el orden en su pueblo,
también era una persona con valor suficiente como para empezar una
guerra contra Atenas, como venganza por la muerte de su hijo
Androgeo; dicha guerra sería ganada por Creta. El implacable Minos
le impuso como castigo a los atenienses sacrificar catorce seres
humanos en la flor de la vida: siete varones y siete doncellas, los
cuales eran periódicamente enviados a morir a manos de Asterión,
que vivía dentro del laberinto de Dédalo.
Cuando
ya se contaban por 18 los años desde la victoria cretense sobre
Atenas, en la partida de jóvenes dispuestos a sacrificarse se
hallaba Teseo, cuya idea no era la de perecer, sino que pretendía
asesinar a la bestia; Teseo corrió la suerte de haber deslumbrado a
Ariadna, hija de Minos. Ariadna consultó a Dédalo cómo atravesar
el laberinto, y le proporcionó esta información junto con una
espada y un ovillo al joven Teseo, que bien se valió de estos útiles
para asesinar a Asterión y redimir al pueblo ateniense.
Conociendo
la traición de Ariadna a Creta y su posterior huida, el rey Minos se
enfureció enormemente y, en un afán por depurar responsabilidades
se enteró de que Dédalo contó a Ariadna la forma para atravesar el
laberinto. El monarca de Creta decidió encerrar a Dédalo junto a su
hijo Ícaro en el mismo laberinto que había ocupado antes quien
Dédalo tenía por hijo espiritual: Asterión.
En
más de una ocasión se ha comentado el ingenio y la habilidad de
Dédalo: el hombre capaz de construir una vaca que consiguiera
engañar a un miembro de su misma especie, e incluso un laberinto
suficientemente intrincado como para retener a una bestia salvaje;
una persona tan hábil no iba a dejar que su propio ingenio lo
encerrara, y cierto tiempo después ya había tramado un plan de fuga
del laberinto. La parte difícil de la huida recaía en escapar de la
isla, cuya salida por mar estaba fuertemente controlada por el rey;
Dédalo se las apañó para inventar unas alas que serían capaces de
sacar tanto a él como a su hijo Ícaro de aquella isla. Tras
probarse Dédalo las alas y echar a volar, enseñó a Ícaro a
hacerlo, y así fue como Dédalo y su hijo huyeron del laberinto.
Cuando hubieron pasado varias islas, Ícaro comenzó a volar cada vez
más alto en dirección al sol, que hostilmente repelió al joven
derritiendo sus alas y haciéndolo zozobrar hasta caer al mar, que se
convertiría en su tumba. Dédalo, sumergido en la pena, no tuvo más
remedio que proseguir su vuelo, ahora lastimosos, rutinario, similar
al batir del martillo de un artesano.
Escultura "Pasifae" en Vilanova i la Geltrú |
Nahuel Pinto Cavilla,
2º Bchto A
2º Bchto A
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