LA FRUSTRACIÓN
Ahora que llevamos más de dos meses de clase y muchos de nosotros ya hemos experimentado el estrés pre y post-examen, considero necesario darle importancia a un vocablo que pocos de nosotros asociamos a los estudios, pero que la mayoría experimentamos más que a menudo: la frustración.
La frustración se define como un sentimiento de tristeza, decepción y desilusión provocada por la imposibilidad de satisfacer una necesidad o deseo.La frustración no es experimentada por todos de igual manera, sino que depende de muchos factores tanto externos como internos que nos hacen más o menos vulnerables a este sentimiento. Estos factores o detonantes de la frustración, a menudo, están condicionados por aquello que hemos almacenado en el subconsciente durante nuestra vida, es decir, cómo hemos afrontado las adversidades y cómo nos han marcado estas experiencias.
Por lo tanto, si durante nuestra infancia nos enseñaron a controlar las emociones (o a intentarlo en la medida de lo posible), seremos más propensos a la calma ante un problema y buscaremos otras vías de acceso a la solución. Si por el contrario, no fuimos capaces de hacer este esfuerzo de confianza mental, la frustración, por consiguiente, se acrecentará considerablemente.
En el ámbito académico, esto nos puede salir caro. Mientras el estudiante hinca los codos desesperadamente durante una semana antes del examen, su cerebro se estresa, y lo que en un principio debería ser beneficioso, acaba siendo su perdición. Pues parece que cuanto más tiempo pasa uno estudiando, más tiempo necesita para poder seguir haciéndolo. Es un claro círculo vicioso del que, raramente, llegamos a salir en época de exámenes.Y esto no es lo peor. La frustración se ve multiplicada cuando los resultados no son los esperados. ''¿ Por qué un siete y medio cuando había estudiado para un nueve?'' La respuesta es siempre la misma: ''la frustración, que juega muy malas pasadas.''
Muchas veces, el simple hecho de percibir algo como obligatorio, nos agobia, por lo que es importante aprender a canalizar este sentimiento, pero no como deber, sino como necesidad u objetivo.
En definitiva, nosotros mismos somos los creadores de nuestros miedos, pues alrededor del setenta por ciento de lo que imaginamos que saldrá mal, no lo hace, a pesar de que Murphy siempre se empeñe en contradecirnos.
Marina Rojano Elizalde, 2º Bchto B.
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